AULA DE ESTUDIO

Retrato del enano Francisco Hidalgo, de Bernardo López

Retrato del enano Francisco Hidalgo, de Bernardo López

Bernardo López Piquer
Retrato del enano Francisco Hidalgo (1833).
Óleo sobre lienzo, 102 x 82 cm
Donación Pere Sensat, 1989.
N.R. 201.112
 
Este Retrato del enano Francisco Hidalgo, realizado por Bernardo López Piquer, ingresó en las colecciones del Museo de Montserrat en el año 1989 tras la donación de Pere Sensat. Gran parte de las obras contenidas en dicha colección procedían del mercado artístico madrileño y barcelonés y ésta no era una excepción. Fue adquirida como obra de Vicente López Portaña, sin embargo, sus características nos hicieron descartar esta opción. Por este motivo pedimos  opinión a los historiadores Francesc Fontbona y José Luís Díez que, tras observar el cuadro, concluyeron que se trataba de una obra de Bernardo López Piquer (Valencia, 1799 – Madrid, 1874), uno de los dos hijos pintores de Vicente López.
 
Bernardo López fue seguidor fiel del camino iniciado por su padre. De hecho, seguramente por influencia de su padre, ingresó como pintor de cámara durante el mandato de Isabel II en 1843. Fue en estas fechas cuando realizó el retrato de la monarca que, junto con los retratos de José María Díaz Aznar y el de su padre, Vicente López, destaca como una de sus mejores obras. Se especializó en el retrato, a través del cual dejó constancia de buena parte de la alta sociedad madrileña.
 
El retrato de Francisco Hidalgo es sin duda una obra singular. Es así porque el retratado fue también alguien singular, considerado un fenómeno tanto en España como en el resto de Europa. En las publicaciones de la época aparecen distintos estudios que detallan al milímetro su estatura, complexión física y antecedentes familiares. Y tras su muerte, en 1849, más de un periódico dedicó necrológicas a su persona. Según parece, Francisco Hidalgo hizo fortuna mostrándose públicamente en circos y espectáculos. Por lo menos hasta la llegada de Tom Pouce, otro enano unos centímetros más pequeño. Fue entonces cuando se trasladó a Inglaterra, donde de nuevo se convirtió en una figura popular y de fama. Inglaterra «dio la preferencia al marques de Líliput, título cuya investidura recibió allí solemnemente». Pero fue desbancado de nuevo. Esta vez por un gigante. Se trasladó de nuevo a Bruselas, para ir después a París y volver de nuevo a España, donde acabó sus días totalmente arruinado.
 
La manera en que Bernardo López representa a Francisco Hidalgo se aleja bastante de la tipología habitual de sus retratos de sociedad. Nos lo presenta de una manera desenfadada, sosteniendo una botella en una mano mientras con la otra levanta un vaso lleno de vino cuyo reflejo sobre su mano está representado con un gran virtuosismo. La botella, junto con la chistera del ángulo inferior izquierdo de la composición y la columna situada detrás del personaje, son elementos que el autor utiliza para evidenciar la estatura del retratado. Bernardo López quiere representar aquí a un personaje pintoresco de la sociedad madrileña. Sin embargo, aunque no lo representa según la convención, tampoco lo hace de manera burlona. Aparece vestido con sus mejores galas, con sus mejores ropas y alhajas. Grabado en la columna, su nombre completo, edad y ascendentes familiares: «Francisco hidalgo, hijo de Celedonio y de Maria Ballesteros, vecinos de la villa de Ajofrín, Arzobispado de Toledo de edad de 15 años en 1833». El autor quiere dejar constancia visual de la existencia de aquél personaje que, por su estatura, había dejado maravillado a la sociedad madrileña del momento.

Bernat Puigdollers